Wednesday, September 29, 2010

El vendedor de alegrías

Espero en una esquina a que el semáforo cambie de color y pueda cruzar la calle, entonces lo veo. Esta sentado un sucio escalón. Sus rasgos son indígenas. Su ropa es sencilla, esta sucia, se nota que la ha usado ya varios días. Vende alegrías, las anuncia con un voz baja, pronuncia con marcado acento que hace saber que su lengua materna no es el castellano, posee un tono lastimero y extiende una pieza a los transeúntes que pasan frente a él; lo ignoran.

Es joven no tiene más de 30. Forma parte de los miles de indígenas que cada año migran a la ciudad en busca de ingresos huyendo de un campo que no produce, de comunidades marginadas, del hambre y de la desolación. Pienso en comprarle una, por qué no. Me doy cuenta de que no tengo ni una moneda, salí sin nada.

El semáforo cambia, cruzo la calle y paso frente a él. No lo miro, lo ignoro como los demás. Él no me ignora, al pasar frente a él sesea y pronuncia “Esa güera sabrosa, con esas…” ya no escucho más.

Friday, September 17, 2010

Sobre las ruinas

Retrocedo catorce años…revivo esa sensación de abandono y reconozco que el hueco del esternón no ha cerrado; no creo que cierre nunca.

Veo caer de nuevo mi alrededor como hojuelas, me doy cuenta de las ruinas que existen, esas que me esforcé tanto en no querer ver, en dejar atrás, sólo para darme cuenta que estoy parada sobre ellas. Entiendo que por eso he construido la torre de marfil, donde nadie es invitado; para que al final nadie tenga que marcharse.

Los ajenos se esfuerzan en protegerme y lo odio, siento como por encima del hombro se forman sus muecas desaprobatorias y su lástima.

Retrocedo diez años sólo para ver que aún hoy en las noches lloro como si tuviera quince otra vez.